viernes, 25 de marzo de 2016

Cantando los cuarenta (sobre el genocidio y la persistencia de la memoria)

El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas Argentinas llevaron adelante un golpe de Estado para implementar un plan económico a favor de las clases más altas, pero para ello debieron aplicar un sistema de terror para que nadie se interpusiera. Un grupo de civiles convocó a los militares para formatear al país a su imagen y semejanza, y para lograrlo convencieron a los uniformados de que eran los salvadores de la civilización occidental y cristiana frente a sistemas foráneos, ateos y socializantes. Nuestro país no era una excepción, sino la regla en la aplicación de la Doctrina de la Seguridad Nacional impulsada por Estados Unidos, sumándose a otros países con militares en el poder como Chile, Brasil, Uruguay, Bolivia. La metodología la habían enseñado los franceses especialistas en guerra contra insurgente, así mientras se despedían trabajadores, se reprimía en las calles, fábricas, escuelas y universidades. Mientras desaparecían obreros, se abría la importación y se cerraban empresas. Mientras torturaban operarios se establecía un sistema cambiario donde el dólar tenía un costo tal que muchos argentinos viajaban al exterior y cada vez que veían algún producto que les interesaba decían “deme dos”. Mientras tiraban gente al mar en los vuelos de la muerte, se quemaban libros y censuraban autores. Mientras robaban y distribuían bebés, se solicitaban préstamos usurarios al exterior. Mientras escondían las urnas, nacionalizaban los empréstitos de las empresas privadas, multiplicando la deuda externa en diez veces, es decir que de 4 mil millones de dólares en 1975 se pasó a deber 50.000 millones en 1983. Mientras cientos de argentinos vivían en el exilio, toda una generación de jóvenes era enviada a guerrear contra los ingleses y la OTAN en las islas Malvinas.
Pilar no fue una isla, sino que sufrió el terrorismo de Estado a través de secuestros, desapariciones, fusilamientos, ejecuciones masivas y persecuciones. El control operacional de la zona estaba en el Comando de Institutos, con sede en Campo de Mayo, siendo la Escuela para Suboficiales Sargento Cabral la entidad encargada de ejecutar la política represiva en el distrito.



Siete años en Pilar
En marzo de 1976, una semana antes del golpe de Estado, el matrimonio compuesto por Susana Gabelli y Osvaldo Bartollini fueron secuestrados de una quinta de Del Viso, donde se habían instalado hacía pocas semanas. En el mismo operativo se llevaron a dos ciudadanos chilenos que venían huyendo de la dictadura de Pinochet: Jorge Machuca Muños y Claudio Melquiades Ocampos Alonso, cuyos cadáveres fueron hallados con perforaciones de bala en Ciudadela. Dos días después del golpe de Estado el primer desaparecido por el nuevo gobierno en Pilar fue el peón rural José Silvano García, que trabajaba en la granja San Sebastián, cerca de Zelaya, siendo llevado a plena luz del día por fuerzas conjuntas integradas por el Ejército y la policía Bonaerense. Ese mismo mes de marzo se realizó otro operativo cerca de la Parroquia San Cayetano de Del Viso, y se llevaron al matrimonio integrado por la maestra Eva Orificci y el obrero Raúl Marciano, quienes luego de pasar por varios centros clandestinos de detención de la zona norte, fueron puestos a disposición del PEN y alojados en diversas cárceles, siendo liberados en agosto de 1982. En junio de aquel año, al día siguiente del atentado a Coordinación Federal, fueron fusilados en el barrio Pinazo tres estudiantes secundarios que habían sido secuestrados un mes antes: Leticia Akselman, Federico Martul y Gabriel Dunayevich.
La fábrica textil Grafa tuvo por lo menos 12 obreros desaparecidos, y entre ellos se encuentra el vecino de Manuel Alberti, Purísimo Rito Bustamante, quien fue llevado en el mes de septiembre. Otro obrero secuestrado, esta vez en noviembre, fue el joven Daniel Bernardo Micucci, quien además era estudiante universitario de Química. Un grupo de tareas lo fue a buscar en su casa de Martínez, pero al no encontrarlo secuestraron a su hermana Viviana, para dirigirse a la fábrica Anilinas Argentinas, frente a la Fábrica Militar de Pilar, donde lograron encontrarlo y hacer desaparecer al muchacho. En diciembre fueron secuestrados en Derqui el matrimonio integrado por Graciela Sara Bisbal de Mayorga (arquitecta) y Raúl Mario Mayorga Aguirre (veterinaria), quienes no eran de la localidad sino que se habían instalado allí ante la ola represiva desatada en el país.
El año 1977 fue trágico también. En el mes de junio, la asistente social Evangelina Marta Gallegos Villalonga, fue atrapada a la salida del Pellegrini. En noviembre las hermanas Dominga y Felicidad Abadía Crespo, operarias de Losadur, fueron llevadas de su casa del barrio William Morris, en un operativo gigante que abarcó estaciones del ferrocarril Belgrano afectando a una docena de obreros ceramistas. Pocas semanas más tarde, casi al finalizar el mes, fueron secuestrados en Derqui el matrimonio integrado por María Forte y Tomás Avelino Calderón, siendo liberada poco tiempo después la mujer. El mismo día, tal vez en el mismo operativo, se llevaron a Horacio Ricardo Maurello, un vendedor ambulante de la localidad de Pilar.
Los mencionados son solo algunos de los casos conocidos en el distrito, sin mencionar al que tuvo la mayor repercusión mediática: la masacre de Fátima. Llevada a cabo el 20 de agosto de 1976, como venganza por el atentado a Coordinación Federal, un grupo de oficiales de la policía sacaron 30 desaparecidos del centro clandestino que funcionaba en el mismo edificio de la central policial, para llevarlos a un descampado de Fátima, donde se los ejecutó y luego se los dinamitó. La identificación de muchos de los cuerpos de Fátima y los fusilados de Del Viso se logró con jóvenes estudiantes, orientados por el antropólogo Clyde Snow, sentando las bases para la creación del Equipo Argentino de Antropología Forense.



Los jefes victimarios
No se trata de una lista azarosa de gente abducida por fuerzas misteriosas, sino víctimas del terrorismo de Estado que, en la zona, estuvo a cargo a lo largo de siete años y de manera alternada por los jefes de la Escuela Sargento Cabral, a saber los coroneles Norberto Chiappari, Mario Benjamín Menéndez, José Villafañe y Enrique Olea. Los superiores inmediatos de los mencionados oficiales eran los jefes del Comando de Institutos, que a lo largo de siete años fueron los generales Santiago Riveros, José Montes, Cristino Nicolaides y Reynaldo Bignone. Hay más nombres de represores, entre ellos el policía bonaerense Luis Patti, que actuaba en la zona de Escobar, pero también Pilar y Zárate. Y la lista sigue.
Pero no alcanzó con el terrorismo de Estado para siete años de régimen genocida, sino que a ello se sumó la acción bélica en las islas Malvinas, para herir a una nueva generación, enviando  10.000 soldados al Atlántico Sur, dejando sus vidas más de 600 de ellos. Pilar no se quedó de lado, sino que muchos soldados del distrito fueron convocados y pudieron ver flamear la bandera argentina en las islas, para luego probar el amargo sabor de la derrota y la humillación.
Pasaron 40 años del inicio de la peor época de la historia Argentina y, a pesar de las amenazas, las persecuciones, las leyes de obediencia debida y punto final, los indultos, la memoria vence. Porque el Juicio a las Juntas de la década de 1980 promovidos por Raúl Alfonsín tuvo su continuidad histórica con los nuevos juicios del siglo XXI, luego del impulso del presidente Néstor Kirchner en contra las leyes de impunidad, lo que permitió que muchos genocidas fueran a la cárcel, y muchos otros sean juzgados en estos mismos momentos.
¿Cómo se logró esa pervivencia de la memoria y la justicia? A lo largo de cuarenta años hubo gente que resistió, que luchó, que se organizó,  que no se cayó ni calló, que logró juicios, que obtuvo condenas, que consiguió recuperar más de cien de bebés robados, que buscó y localizó los restos de algunos de los desaparecidos. Gracias a eso hoy se puede hablar con dolor, pero con fundamentos, sobre el genocidio que se perpetró durante el terrorismo de Estado. Gracias a ese hablar y convencer, los escasos negacionistas del genocidio argentino que hoy salen a cacarear son rechazados de manera frontal por la sociedad.



De todas maneras la sociedad de Pilar está en deuda, y tiene tiempo aún para ampliar la recuperación de esas memorias, para ocupar los espacios públicos para que cada compañero fusilado, desaparecido o dinamitado tenga su mojón. Y aquellos dedicados a la literatura,  a la docencia, a la investigación tienen tiene la tarea de escribir esas historias, y muchas otras que están ocultas pero perviven en la memoria de los barrios.

Fabián Domínguez (Profesor de Historia, documentalista integrante del CEIHS y co-autor de La Sombra de Campo de Mayo y Apuntes del Horror)

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